Mis piezas de caza. Mi coto, el mundo 🍂 Otoño

¡Qué emoción! ¡Estas Navidades cambiamos de siglo y de milenio! Comenzaremos el Siglo XXI y el 3er Milenio.

Ya casi es Navidad y se acercan los Reyes Magos. Papá y Mamá me han preguntado si quiero que pasemos la tarde por el centro para que les enseñe qué es lo que me gustaría que me trajeran los Reyes. Tengo algo pensado así que les he dicho que sí. Hemos ido en coche y como en el centro el aparcamiento está fatal hemos dejado el coche en un parking subterráneo cercano a la casa de mi abuela. Mi madre ha propuesto que vayamos a saludarla y hemos subido un momento a su piso para felicitarle las fiestas.

Mi abuela me recibe con cariño, me pregunta por el cole, qué tal me han ido las notas y si me he portado bien para que los Reyes no me traigan carbón. También quiere saber si al día siguiente cuando vaya a comer a su casa, como casi todos los domingos, voy a querer arroz «amarillo» (arroz con pollo) de ese que me gusta a mí. Mientras que mi abuela y yo nos ponemos al día en el salón, se oye un pequeño jaleo en la cocina. Una de mis tías también está en la casa, mis padres han ido a servirse un poco de agua y desde donde estamos mi abuela y yo se escucha como si en la cocina se estuviera produciendo una conversación acalorada.

Yo no comprendo muy bien la situación. Lo que quiero hacer es despedirme de mi abuela e ir a ver mi regalo. Mi abuela comprende más el mundo de los mayores y, por hablar, continúa haciéndome preguntas a las que yo no tengo respuesta. ¡Sólo tengo 11 años! Mientras la conversación de los adultos en la cocina termina mi abuela me dice:

—Hija, tú cásate con un militar que por lo menos siguen órdenes y dejan la cama hecha antes de irse.

Por fin nos marchamos y mi padre me pregunta:

—¿Qué quieres que te traigan Los Reyes Magos?

—Un libro —respondo yo. Una compañera de clase me había recomendado un libro que le había gustado mucho. De hecho, ya se rumoreaba que había productoras que querían comprar los derechos para hacer la película.

—Está bien. —dijo mi padre— Como hemos aparcado un poco retirados, empezaremos a buscar por las librerías que haya de camino pero lo mejor será que vayamos a DB.

Empezamos a caminar hacia el centro, todo lleno de preciosas lucecitas, villancicos, un ambiente muy bullicioso. Vamos de librería en librería sin encontrar el libro «¿Qué libro es ése?», «¿Cómo dices que se llama?», «No lo tenemos», «Se ha agotado», «No se qué pasa con ese libro que todo el mundo lo pide». Parecía que ahora que yo lo quería no lo iba a encontrar nunca y ya estaba muy cansada de andar. Hasta mi padre sugirió que cabía la posibilidad de que debiera pedir otra cosa, a lo que yo me niego.

—Está bien. —dice mi padre— Sólo nos queda probar en DB.

Por fin llegamos a DB, hay mucha gente. Mi padre me dice:

—Ve a buscar el libro. A ver si lo ves.

Empiezo a mirar por los estantes. Mi madre va conmigo. Veo a un señor de pelo blanco con bigote y gafas. Anda de acá para allá y todo el el mundo parece querer preguntarle algo. En ese momento mi madre me dice:

—Mira Diana, ése es Diego.

—¿Quién es Diego? —pregunto yo.

—¡Cómo que quién es Diego! Es el propietario de la librería. —exclama ella airada.

Continúo buscando y por fin… en una mesa, sobre otros libros está el ejemplar que busco. De tapa dura, base de color amarillo, con la portada ilustrada en cuya parte superior reza «Harry Potter y la piedra filosofal». Además, es de la edición que quiero, ésa que lleva la lagartija en el lomo. Mi madre lo coge y considera que, como encontrarlo había sido tan difícil, quizá mi padre y ella deberían ayudar un poco a los Reyes Magos y podríamos llevárnoslo ya. Así que nos dirigimos a la caja para pagar.

Cuando llegamos a la caja resulta que era el último que les quedaba y además ya estaba reservado por lo que no nos lo podemos llevar. De hecho, la dependienta misma llevaba un rato buscándolo. En ese momento, todo el cansancio de la tarde que ha supuesto la búsqueda del libro se apodera de mí y encima resulta que no me lo puedo llevar. Los ojos se me empiezan a poner vidriosos, no quiero empezar a llorar en una librería llena de gente y menos por una cosa que aparentemente es una tontería. Entonces, la dependienta de dice:

—No llores preciosa, lo pedimos y en 3 días lo tienes aquí.

Entonces comenzó un viaje mágico que dura hasta hoy.

 

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